martes, 28 de octubre de 2014

Tu luz que me acompaña

Hoy mi cabeza truena, pero ya, admito, no me asusto. El relámpago que la ilumina no siempre llega y aprendí a aprender a permanecer a oscuras y a nadar con todos los seres que se encuentran en su mar. Hasta que me encuentro conmigo, mi reflejo me saluda, y confieso, me gusta lo que veo. Me reconozco, me vuelvo a conocer. Y me sonrío. Me presto un albornoz, salgo, y me seco. Acordes me traen de vuelta a casa, acordes me siguen salvando. Aprendo a exprimir la melancolía y encuentro luz en lo que escribo, espero la calma en el alféizar, el cual me pide apoyo, que paradójico todo, sola no me acepta, lápiz y papel mis aliados, siempre les doy una mano.

 El sol me despierta, y me grita en silencio, que me diga que por muy vacía que llegara a estar esta habitación, por muy oscura que parezca, jamás me encontraría sola y mucho menos no Iluminada.


martes, 21 de octubre de 2014

Sé libre



No sé si cobarde, no sé si valiente, 
pero renuncio. 
Renuncio a ti y a todo lo que conlleva, 
renuncio a nosotros, incluso,
pero jamás a mí. 
La toalla ha caído, 
pero esta vez he ganado la batalla. 
El sol ha salido, y tus nubes llenas de tormenta por fin se han ido. 
Renuncio a esa parte de mí que se ha ido contigo,
 pero jamás al bienestar que me provoca estar conmigo. 
Renuncio, y ahora ya sé,
que siempre fui más valiente que cobarde, amigo.



martes, 9 de septiembre de 2014

Mi casa en su cara


Echó el freno de mano e hizo que me mirara en el retrovisor, esa vez no para que viera lo guapa que estaba, fue para que mirara atrás, porque a partir de ese momento ya no podríamos mirar hacia delante. Y arrancó sin despedidas y con mis ganas. No entendí jamás porque no se me ocurrió cerrar la puerta, y en vez de dejarla media abierta, destrocé las bisagras, restringiendo a todo aquél que no vistiera su sonrisa. De repente,  todas las estaciones fueron invierno. Trataba de buscar la manera de no sentirme aquella pedazo de inútil y no hice más que volver a caer en su sombra una y otra vez, aquella sombra que con su luz evocaba. Y mira que quise olvidarle, pero mi memoria siempre me jugaba malas pasadas y fue tan fácil como nadar en un volcán en erupción y poder contárselo. Y volvía, como vuelve el asesino en serie al lugar del crimen, para rematarme, como vuelven las olas a la orilla para morir. Yo, que solo quería organizarle el caos, ese que él mismo había causado, necesité huir, como huyen los valientes. Dos camisetas, dos pantalones, y una chaqueta para abrigar los recuerdos que albergaban en mi maleta. La cinta mecánica de aquel aeropuerto me hacía retroceder, mientras llamaban al último pasajero del vuelo 4124, no podía avanzar, y de repente, no quise ir a ningún lugar, de repente descubrí que su sonrisa era mi casa, aquella que aún llevo a cuestas, aquella donde querría vivir toda la vida aunque me esperara el mismísimo infierno en ella.




miércoles, 27 de agosto de 2014

Diógenes

Sólo un consejo si me lo permites, guarda siempre todo lo que signifique algo para ti, esas frases, recortes especiales, una fotografía, un bolígrafo, aunque ya no pinte, o la entrada a ese concierto en el que perdiste la voz, incluso la servilleta de aquel bar que tanto te gusta. Guarda aquella sonrisa, y aquel verano que te marcó. Jamás tires nada que ha significado tanto para ti, ni borres de tu memoria lo que un día te hizo ser lo que eres, cuando seas algo mayor agradecerás volver a revivir todo aquello, y lo más importante, todos esos recuerdos te darán la vida que te dieron en su día.


viernes, 8 de agosto de 2014

TRENES SOLITARIOS


Y se estaban alejando demasiado e iban tan deprisa que descarrilaron, en la última parada, en aquella estación. Un sábado por la tarde aquel tren se quedó sin maquinistas, y sin horarios. Aquel invierno se congeló, como aquellas sonrisas que él le dedicaba, y que ahora... ahora se dirigen a la nada. Aquella sonrisa, aquella especialmente se quedó enterrada, y habiendo muerto en ella, la resucitaba cada noche.




lunes, 4 de agosto de 2014

CARTA AL CIELO

Te he escrito muchas veces, no recuerdo ninguna carta que no te haya gustado. Recuerdo especialmente una, y no dejabas de decirme: “cada vez que leo tu carta no puedo parar de llorar…” Ahora, las tornas  han cambiado, la que no puede dejar de llorar soy yo y ojalá fuera de emoción. Veo tus fotos y leo mis cartas cada día. La última no llegaste a leerla, pero seguro que sí la escuchaste cuando la recité para ti, porque estabas allí, en mí.  Ahora, joder, por la culpable vida injusta, no sé la dirección exacta para que te llegue. Te gustará saber que durante este año he aprendido muchas cosas. He reído, he llorado, pero  superado, he confiado para aprender a desconfiar y he aprendido a decir adiós a personas que no merecían un “hola”. Cada vez soy más fuerte, y mi coraza más segura. Aún no he aprendido a no echarte de menos. ¿Pero sabes? Sigo con las mismas inquietudes que cuando te fuiste, necesito viajar, tocar el cielo, estar cerca de ti. Sigo teniendo  personas maravillosas en mi vida. Quiero que sepas que todo está bien, sigo siendo la misma chica, de la que estás orgullosa, eso sí, con menos corazón, con una gran parte extirpada, irreemplazable, inconstruible.  Con la gran pieza de mi puzzle extraviada, por lo que la imagen de mi vida ya nunca volverá a ser la misma. Intenté hacer las cosas lo mejor posible, lo intenté, pero tú, mi suerte, no lo pudiste hacer mejor.  He nacido, crecido, jugado, reído, llorado, he aprendido contigo. Me enseñaste a ser mejor persona, pero me dejaste aquí, incompleta.  Como la única farola que iluminaba mi calle, te apagaste, y aquí en casa, sin ti, ya ves, vivimos a oscuras. He nacido, crecido, jugado, reído, llorado, he aprendido, y una parte de mí también ha muerto contigo, y contigo de la mano para siempre se ha ido.


SE CIERRA EL TELÓN... Y DESAPARECEMOS LOS DOS


Dame media hora 
que te la devuelvo multiplicada, 
así que pasaré la noche en vela 
haciendo cuentas, 
encendida, 
hasta que me consuma.
 Dame tu palabra 
que esa no se apaga,
 y te formaré una frase,
 sin puntos finales.
 Te contaré mis lúcidas verdades
 y mientras la indiferencia no me canse,
 te invitaré a ver el eclipse cabeza- corazón, tiene lugar cada día 
a la hora que aparezcas, 
quédate después
 a ver cómo ese trasto que bombea
 se convierte en piedra, 
nadie lo recomienda,
 así que tal vez
 seremos sólo dos,
 que mientras uno aplaude, 
el otro bajará el telón...


martes, 29 de julio de 2014

LA ÚLTIMA CENA

Pusieron el mantel, y comenzaron por prometerse que nunca se abriría aquel cajón de historias fallidas, de cartas sin entregar, de juramentos ahorcados. Se dijeron con los ojos lo que el corazón mudo no podía decir, que nunca se encontrarían entre esas cuatro esquinas tan llenas como solitarias, tan oscuras como amargas. Todo estaba sobre la mesa, incluso los "te quiero", al parecer sinceros, colocados estratégicamente al lado de los cubiertos, aquellos que servían para comer, y porque no, para comerse. El cronómetro del horno marcaba sus minutos, sus carcajadas, aquellas que, siguiendo el compás, les dejaban sin aliento, el tiempo pasaba entre miradas cómplices, entre abrazos que parecían de despedida, entre secretos que jamás salieron de esas cuatro paredes, entre "para siempres". Entre dos crédulos. Lo que no sabían es que sus minutos se diluían, cual azúcar en sus cafés, cada vez más fríos. Aquel conjunto de bonitos segundos iba marcha atrás, y sin notarlo, aquel personaje invisible llamado tiempo, les estaba arrastrando poco a poco con él. Se precipitaron como lo hace el invierno ocupando el lugar del verano, como lo hacen las personas ante el miedo, y no ante lo que realmente quieren. Se precipitaron como no se precipitó ella para creerle, como no lo hizo él para creerse. Se precipitaron como aquellas frases simples, que poco a poco se convirtieron en compuestas, compuestas de nada. Ellos, se precipitaron a la piscina de lágrimas de aquél cajón funesto, y se dieron de bruces con ellos mismos, sangrando con los pedazos de sus promesas rotas, e intentando mantenerse vivos, nadaban entre aquellos recuerdos guardados, de aquella mala memoria, de aquél cajón desastre, saltaban encima de los puntos finales que se escondían allí dentro, mientras ardían las cartas no entregadas, y ya era tarde, se encontraban encima de su propio punto y final y ardieron con los recuerdos, se olvidaron como se olvida cada año la canción del verano anterior, como también, con la mesa puesta, olvidaron que su cena también se había quemado.












                                                           V.