Te he escrito muchas veces, no recuerdo ninguna carta que no
te haya gustado. Recuerdo especialmente una, y no dejabas de decirme: “cada vez
que leo tu carta no puedo parar de llorar…” Ahora, las tornas han cambiado, la que no puede dejar de llorar
soy yo y ojalá fuera de emoción. Veo tus fotos y leo mis cartas cada día. La
última no llegaste a leerla, pero seguro
que sí la escuchaste cuando la recité para ti, porque estabas allí, en mí. Ahora, joder, por la culpable vida injusta, no sé la dirección exacta para que te llegue. Te gustará saber que durante este año he aprendido muchas cosas. He reído, he llorado, pero superado, he confiado para aprender a
desconfiar y he aprendido a decir adiós a personas que no merecían un “hola”.
Cada vez soy más fuerte, y mi coraza más segura. Aún no he aprendido a no echarte de menos. ¿Pero sabes? Sigo con las
mismas inquietudes que cuando te fuiste, necesito viajar, tocar el cielo, estar
cerca de ti. Sigo teniendo personas maravillosas
en mi vida. Quiero que sepas que todo está bien, sigo siendo la misma chica, de
la que estás orgullosa, eso sí, con menos corazón, con una gran parte extirpada, irreemplazable, inconstruible. Con la gran pieza de mi puzzle extraviada, por
lo que la imagen de mi vida ya nunca volverá a ser la misma. Intenté hacer las
cosas lo mejor posible, lo intenté, pero tú, mi suerte, no lo pudiste hacer
mejor. He nacido, crecido, jugado, reído,
llorado, he aprendido contigo. Me enseñaste a ser mejor persona, pero me
dejaste aquí, incompleta. Como la única
farola que iluminaba mi calle, te apagaste, y aquí en casa, sin ti, ya ves,
vivimos a oscuras. He nacido, crecido, jugado, reído, llorado, he aprendido, y una parte de mí también ha muerto contigo, y contigo de la mano para siempre se ha ido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario